ABUSO, MALTRATO Y NEGLIGENCIA INFANTIL (quinta parte)

Manifestaciones clínicas del abuso sexual

En el caso de algunos trastornos psiquiátricos y psicológicos es posible emitir con toda certeza un diagnóstico a partir de advertir la presencia de una serie completa de signos clínicos o síntomas que aseguran que se trata del diagnóstico en cuestión. Hablamos entonces de signos patognómicos. No es esto lo que ocurre en el caso del abuso sexual infantil, pues muchos de los síntomas y conductas que presentan sus víctimas pueden también hallarse en niños que no han sido abusados. Por ejemplo, en el comportamiento sexual de un niño normal que no ha sufrido abuso hallamos frecuentemente conductas como la masturbación, el exhibicionismo de los genitales o la tendencia a espiar a los adultos desnudos. Vale la pena, sin embargo, considerar los síntomas hallados con frecuencia en la población que sí ha sufrido abuso sexual.

Síntomas de ansiedad, que incluyen miedos, fobias, insomnio, pesadillas en las que se revive el abuso, malestares físicos y trastorno por estrés postraumático.

Reacciones disociativas y síntomas histéricos, tales como periodos de amnesia, soñar despierto, estados de trance superficial, convulsiones histéricas y síntomas de trastorno de identidad disociativo.

Depresión, que puede manifestarse como baja autoestima, autolesiones y conductas suicidas.

Alteraciones en la conducta sexual. Son particularmente sugerentes de abuso sexual conductas como la masturbación con objetos, imitar la relación sexual e introducirse un objeto por vía vaginal o anal.

Quejas somáticas, por ejemplo, enuresis, encopresis, comezón anal y vaginal, anorexia, bulimia, obsesividad, cefalea y dolor estomacal.

Se considera que alrededor de un tercio de las víctimas de abuso sexual no presentarán síntomas notorios, y al llegar a adultos muchos de los que fueron abusados en la infancia tampoco tendrán síntomas significativos. Por otra parte, sin embargo, es posible asociar a la severidad de las secuelas del abuso  la  frecuencia y duración del mismo, que éste implique violencia o penetración, que lo lleve a cabo el padre o el padrastro de la víctima. Tampoco contribuyen a un buen pronóstico la sensación que tiene el menor de que no se le cree, la disfunción familiar y la falta de apoyo materno. Por último, se ha comprobado que interrogar demasiado al menor puede agravar los síntomas.

 

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