En el campo de la investigación neurocientífica, pero también en la práctica clínica de la psicología y la psiquiatría, se hace cada vez más evidente que las emociones positivas estimulan y enriquecen el repertorio de ideas y de acciones, es decir, amplían las posibles respuestas físicas, intelectuales y psicológicas de una persona en una situación dada. La alegría, por ejemplo, induce al juego, fortalece la curiosidad y la creatividad e invita a soltarse de ataduras; la satisfacción revalúa las circunstancias actuales de la persona y enriquece la autoimagen; el interés hace surgir la curiosidad y la necesidad de investigar y adquirir nueva información o tener nuevas experiencias que enriquecen a la persona; el orgullo induce a compartir con otros los logros alcanzados, y el amor, que es quizá una amalgama de las distintas emociones positivas, sobre todo cuando se le experimenta en contextos de seguridad y de relaciones estrechas y correspondidas, vuelve recurrentes los ciclos de alegría, contento, satisfacción, interés, etc.
A largo plazo, experimentar emociones positivas produce el beneficio mayúsculo de crear reservas emocionales a las que acudir cuando las cosas nos fallan o salen mal.
CONSTANTIN BRANCUSI. El beso