REFLEXIONES DESDE LA PSIQUIATRÍA Y EL PSICOANÁLISIS

La vida III

Entendemos por motivación aquello que impulsa a una persona a actuar y, más específicamente, a actuar volitivamente en un sentido y no en otro. Desde el punto de vista de la psicología, la motivación es el resultado de la interacción de factores tanto conscientes como inconscientes, asociados con deseos, necesidades, incentivos, recompensas, expectativas, etc., susceptibles de modificarse mediante aprendizaje y autocontrol.

La idea de que las personas están motivadas para alcanzar el placer y evitar el dolor está presente en la historia del pensamiento desde la Grecia antigua, y todavía en nuestros días forma parte de las distintas teorías de las emociones, de la psicología organizacional, de la cognitiva, etc., y también de la teoría psicoanalítica, aunque en esta última el tema de la motivación es mucho más interesante, pues en ella se refleja una verdad incontrovertible: no siempre actuamos en favor del placer y de la vida, sino que muchas veces repetimos compulsivamente las conductas que vinculan nuestro hacer con el dolor, la enfermedad y el peligro de muerte.

Muy temprano en su obra, Freud empleó metafóricamente el término pulsión de vida para designar las distintas fuerzas que, dominadas por el principio del placer, orientan la acción del sujeto hacia su autoconservación y la conservación de la especie. Más tarde, su experiencia clínica lo llevó a advertir ciertas reacciones negativas, cierta complacencia del individuo con el sufrimiento, de la que derivó la existencia de una fuerza que trabaja silenciosamente para subvertir la relación del sujeto con su bienestar. Llamó a esta fuerza pulsión de muerte. Situada más allá del principio del placer, la pulsión de muerte se manifiesta como una compulsión a la repetición.

Desde la explicación psicoanalítica, el sistema más básico y simple de las motivaciones humanas lo constituyen las disposiciones innatas de los individuos, que no son otras que las pulsiones de vida genéticamente heredadas; pero en la medida en que el individuo se desarrolla y crece, empiezan a influir en su organización influencias sociales y ambientales, así como consideraciones racionales, que van jerarquizando las motivaciones y dándoles mayor complejidad mediante la repetición de patrones de respuesta afectiva, tanto placenteros como displacenteros, evocados por las distintas contingencias que se van presentando en la vida.

Desde el punto de vista de la neurobiología, en la conducta motivada, lo mismo si se trata de disposiciones innatas que de experiencias repetidas, participan diversas estructuras cerebrales en las que tiene un papel predominante el neurotransmisor llamado dopamina. Al liberarse, la dopamina no solo permite que el individuo persevere en la obtención de algo, ya sea positivo o negativo, sino que, además, lo prepara para la obtención del placer que produce el logro del objetivo.

Son estos hallazgos los que han permitido a la psiquiatría y la psicofarmacología entender y tratar los trastornos de la motivación (abulia, apatía) precisamente como alteraciones en la modulación dopaminérgica, presentes sobre todo en las demencias, la depresión mayor, algunas esquizofrenias y algunas enfermedades neurológicas. Y son  las conductas repetitivas, empeñadas en revivir lo doloroso,  las que requieren que se les aborde no solo farmacológica, sino también psicoanalíticamente.

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HENRI MATISSE. La joie de vivre.

 

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